
A pesar de lo llamativo de su atuendo, lo que me cautivo fue su discurso. Al principio lo mire de reojo; debo confesar que pensé que era sólo un imitador de Shakespeare porque sus primeras palabras fueron “ser o no ser, he allí el dilema”.
Siguiendo con su actuación, el actor de las micros y no de las tablas –como dejó claro al terminar su oratoria-, hizo alusión al ciclo de la vida diciendo que “los hijos son como flechas y los padres los arqueros que los lanzan para que emprendan su propio camino”.
Aquella frase me hizo sentido, pero la que más me hizo reflexionar fue aquella sobre el vivir el presente. Recuerdo que mencionó que cada día vale por sí mismo, que los años vuelan y la vida es corta, y que por ello debíamos disfrutar cada instante.
Al final de su corto discurso, que duró hasta llegar a la altura del metro Irrarrázabal, señaló que había actuado en los teatros, pero que se aburrió de ello porque pensaba que este arte debía llegar a quienes más lo necesitaban: los ciudadanos comunes y corrientes.
Aunque oí sus mismas palabras en otras ocasiones en las que me subí al recorrido, ese día lo que dijo me hizo pensar sobre la vida y en como quisiera vivirla. Sabemos que no tenemos la vida comprada, pero a veces se nos olvida y dejamos de disfrutarla. Él, un actor de la micro, además de hacer más ameno mi viaje, me recordó que hay que tratar de ser feliz sin complicarse tanto por los problemas.